viernes, 24 de septiembre de 2010

Ver a través de los sentimientos

Alfonso Mendiola
UIA

La pluma que el señor buscaba siempre había estado en la repisa que se encuentra al lado de la mesa del comedor. El señor cansado de recorrer cada uno de los cuartos de la casa se cansó de buscar. No era para menos, pues desde el momento en que comenzó a buscar su pluma hasta el instante en que se dio por vencido había pasado casi dos horas. Tiempo suficiente para darse por cansado. En ese momento, cuando se había dado por vencido, llamó a su hijo mayor.

Su hijo no tenía más de once años. El hijo sabía que su padre siempre perdía, o mejor olvidaba donde dejaba esa pluma. Esa pluma no era cualquier pluma, y no por el precio, sino porque era un regalo que su esposa le había dado cuando cumplieron dieciséis años de casados. Como siempre pasaba el hijo encontró la pluma en menos que canta un gallo.

Nuevamente el padre lo interrogaba, en donde la encontraste: en la repisa de la sala. El señor se decía a sí mismo, por supuesto en silencio, ¿cómo es posible que no la haya visto si revisé la repisa varias veces?

El hecho de perder una cosa que tenemos ante nuestras narices es muy común. Me atrevo a decir que a todos nos ha pasado más de una vez. ¿Cómo podríamos explicar por qué suceden esas cosas tan frecuentemente? Una de ellas, y la más simple, es la de pensar que buscamos sin cuidado, es decir, que estamos distraídos cuando pasamos enfrente de ella. Pero como dije, me parece una explicación muy pobre, pues cuando uno busca un objeto, no sólo lo hace con atención sino con cierta obsesión. Por ello descartemos esa explicación.

La cuestión se convierte en algo misterioso: ¿cómo es posible que no veamos lo que siempre ha estado allí, es decir, en el mismo lugar? Como se dice comúnmente: que no veamos lo que casi nos muerde. Aún más, objetos con los cuales casi chocamos. Quizás la respuesta se encuentre en que ningún objeto que forma parte de nuestra vida diaria es solamente un objeto a secas. Esos objetos que forman parte de nuestro entorno inmediato e íntimo están cargados de afecto.

El afecto que depositamos en ellos hace que funcionen casi de manera mágica. Digo mágica pues de alguna manera les damos vida, pues nos podemos enojar o contentar con ellos. Esa vida la reciben porque nos recuerdan a personas y momentos cargados de emoción. Sería importante recordar que el mundo que percibimos con nuestros sentidos no es algo neutro u objetivo. Ese mundo está cargado de sentimientos. ¿Qué nos recuerda implícitamente cada cosa que nos rodea?

El señor de esta historia siempre pierde esa pluma, pues le recuerda muchas cosas. ¿Qué objetos perdemos nosotros? ¿Alguna vez nos hemos detenido a preguntarnos qué historia tiene ese objeto que no encontramos? Quién nos lo dio, en qué momento, o probablemente en qué tienda lo compramos y que había sucedido antes de comprarlo. Esos objetos que nos rodean y que usamos todos los días conservan nuestra historia personal, por eso no son sólo mundo exterior sino algo más: vida.