jueves, 25 de febrero de 2010
Las razones de la libertad
Joaquín Moya Cussi
Acdémico de la Universidad Iberoamericana
Coloquialmente la palabra libertad se entiende como “la ausencia de trabas en relación con los movimientos posibles”. Esta acepción es puramente mecánica, alude a una simple posibilidad de movimiento, frente a la que no hay obstáculos capaces de destruirla o limitarla. El término también se emplea para indicar “la carencia de ocupaciones o la extinción de una pena”. En el lenguaje corriente la palabra libertad posee un significado moral. Es como diría Kant: “Una causalidad cuyo primer momento sólo es causa, no efecto en otra causa”.
Vista en origen, es forma obligante y necesaria. Es quizás la libertad, lo más significativo y distintivo de lo humano. Forma parte de los tres instintos básicos que definen a cualquier ser vivo: la vida, la propiedad y la libertad. El hombre como tal los precisa utilizar para sobrevivir.
En ella se descubre la fortaleza del individuo, actuando por primera vez en la modernidad, con libre albedrío. Pensando por si mismo. Es desde la libertad, que se desvincula el ser de la comunidad y se convierte al liberalismo.
Dados los alcances de la libertad antes descrita, y que llevada al individualismo, es que asume su real visión prometeica, para evitar descubrir los efectos operandis del fuego divino, aplicados en mundos humanos, ésta debe ser conocida, intuida e inteligida, desde ciertos limites o cartabones. Enunciaremos y luego explicaremos, las condiciones de posibilidad que privan en la razón, ya que es en ella en que debe circunscribirse a la libertad, para evitar los efectos secundarios de una conducta no deseada pero obligada por las circunstancias.
Seis son las condiciones de posibilidad que debe de tener la libertad para poder actuar con toda su fuerza y consecuencia.
La primera es “la inteligencia”, condición “sine qua non” de la libertad, para poder alcanzarla en todos los vórtices de la elección. No quiere decir que los que no son inteligentes no puedan ser libres, más bien, les indica los límites de su capacidad, para poder aprovechar a la libertad en toda su magnificencia.
La segunda es “la responsabilidad”. Es preferentemente la mejor forma de construir la posibilidad de la elección, ya que en ella se reconocen y aceptan las condiciones de una y otra fórmula de lo deseado, ampliadas con la cosmovisión de lo que nos es posible, en el entendido de que siempre se alcanza lo deseado, pero sólo desde la responsabilidad se puede predecir el costo a pagar por la libertad. Y se asumen sus consecuencias.
La tercera es “la reflexión”. Decía algún sabio que no se podía medir nada, sin un referente, sin él no se puede caminar por el puente que se construye “desde” y que se moviliza “hacia”. En la inteligencia de que sin ese trayecto de introspección, cualquier elección quedará viciada de particularidades, de individualidades que nunca tomaron en cuenta que con tal o cual elección se incidió en las vidas del otro y quizás de un tercero, los que seguramente jamás tuvieron libertad de opción en la elección que los afectará irremediablemente.
La cuarta es actuar en libertad con la “voluntad impecable”. La libertad vista como atributo de la voluntad del hombre, concebida como poder, o facultad natural de autodeterminación. Sin ella, sin la voluntad impecable, estamos sujetos al error grave, a la mentira y al engaño, a la culpa, al miedo y al temor, al dolo y a la mala fe. Donde el desconocimiento de otras realidades, que pueden nublar la elección que más nos conviene o que más deseamos y sin ella la satisfacción, al alejarse, nos lleva a la frustración y al desengaño que por la experiencia no deseamos conocer.
La quinta descubierta desde la visión de la libertad jesuítica, deviene “discernimiento”, que es entre otras cosas, distinguir algo de otra cosa descubriendo las diferencias que hay entre ellas. No es una elección maniquea, que se pierde entre el blanco y el negro; es aquella que descubre los claroscuros de la realidad cotidiana y que encuentra que al vivir la diferencia, encontramos lo común de nuestra vida en comunidad.
La sexta condición sólo de manera práctica y descarnada es que se propone. Si acaso te das cuenta o tomas conciencia de que adoleces de las cinco condiciones de posibilidad anteriores, lo que te queda como última salida racional es que contrates seguros y fianzas suficientes para que alguien pague por tu inapropiada apropiación de libertad.
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