jueves, 27 de mayo de 2010

La persecución de la alta fidelidad por medio de la tecnología

Alfonso Mendiola
UIA

En casi un mes estará comenzando el Mundial de Fútbol, lo que ya concentra la atención de un gran público. Pero este evento, independientemente de su propia importancia, no es lo que motiva este escrito. Alrededor de este espectáculo masivo hay una propaganda cial que despierta el interés de muchos.

¿Cuál es esa propaganda? Las cadenas de televisión están anunciando que será posible ver los partidos del mundial en alta definición. ¿Cuál es la diferencia entre una transmisión normal y otra en alta definición? ¿De qué se perderá el televidente que ve esta competencia de fútbol en transmisión normal? ¿Los que la vean en alta definición podrán platicar de cosas distintas que los que no tuvieron esa oportunidad?

En fin, todo esto genera muchas interrogantes y dudas. La única que pretendo comentar brevemente es la siguiente: ¿por qué la tecnología de los medios de comunicación masiva, durante la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad, persiguen esa mayor fidelidad?

Antes que nada hay que preguntarnos ¿mayor fidelidad de qué? Se supondría de que se trata de mayor fidelidad de lo “real”.

La tecnología persigue lo “real” como algo inalcanzable, y esto de inalcanzable lo podemos ver a través de varios ejemplos. Los espejos en la antigüedad, podemos afirmar que aun en el siglo V de nuestra era, reflejaban lo real con mucha oscuridad, pues eran hechos con metales pulidos.

Ahora que los espejos reflejan una imagen clara y luminosa, podemos afirmar que es una representación más fiel de lo real. Tengo ciertas dudas para responder esto. Pues el que sólo conoció los espejos que reflejaban imágenes oscuras no tenía forma de comparar como nosotros lo hacemos en la actualidad.

Otro ejemplo sería el tocadiscos de los discos de acetato. Todavía se recuerda el uso de las llamadas agujas para hacer que el disco de 33 o 45 revoluciones se pudiera escuchar, después llegaron los nuevos aparatos de rayo láser con los famosos discos digitales, y en ese momento nos fue intolerable el seguir escuchando nuestros discos de acetato. Se decía que ahora sí se escuchaba la música bien.

Y que decir de la televisión, primero en blanco y negro y después a color. Primero como esa gran caja que estaba en la sala de la casa y después con los plasmas pegados en la pared. Otro tanto se puede decir del cine y del teléfono. De lo anterior quiero plantear lo siguiente: ¿no será que cada tecnología crea una nueva noción de “lo real” centrándose en la supuesta mayor fidelidad?

La mayor fidelidad aparece como la persecución de lo imposible: “lo real”.

jueves, 13 de mayo de 2010

Contra los autores superficiales

Javier Prado Galán
UIA


Michel Onfray está escribiendo una “Contrahistoria de la filosofía” donde pretende combatir la filosofía oficial que se ha convertido, según él, en un remedo de Platón. Su proyecto es hedonista, utilitarista y ateo. Aunque a nivel social se presenta como un inconforme, revolucionario o bien un reformista radical.

Los autores superficiales pretenden vincular inteligencia y sensibilidad refugiándose cómodamente en uno de los dos polos. Un idealista dirá que la razón lo es todo, un empirista que los sentidos, etc. No estoy criticando a los idealistas de empuje como Kant ni a los empiristas de cuño como Locke. Sólo advierto que seguir la consigna de Horacio, Gassendi y Kant –“sapere aude”- implica enfrentar las aporías filosóficas. Xavier Zubiri ha intentado articular inteligencia y sensibilidad desde su rico concepto “inteligencia sentiente”. Quizá a más de alguno no lo convenza el contenido de dicho concepto: la aprehensión primordial de “realidad”. “Realidad” entrecomillada porque alude al “de suyo” de la cosa. Y este “de suyo” es el que se suele recusar cuando se piensa que Zubiri no logró la articulación plausible. En fin, al menos lo intentó. No fue superficial. ¡Viva la profundidad!

Los autores superficiales se refugian en el utilitarismo como solución a todos los problemas económicos. El principio capital utilitarista -“la máxima felicidad para el mayor número”- guía sus pasos. No se preocupan por medidas más complejas que atiendan a las minorías y que precisen qué se entiende por felicidad. Y no me refiero a los históricos: Stuart Mill, Bentham y Sidgwick. El utilitarismo es una gran doctrina siempre y cuando no se vuelva receta. Hay que “complejizar” el utilitarismo. Por eso filósofos liberales e igualitaristas como Rawls, Dworkin, etc., han intentado superar la solución utilitarista buscando que el liberalismo dé de sí con el ingrediente igualitarista salvando la base contractual con una “posición original” o con una “subasta”. ¡Viva la complejidad!

Los autores superficiales adoptan la llamada “fe del carbonero”, se vuelven creyentes “a pie juntillas” olvidándose de San Pedro y su llamado a “dar razón de nuestra esperanza”. Se tornan fideístas. O bien se refugian en un ateísmo barato que no da cuenta de los argumentos que son los que suelen convertir al agnosticismo a las personas inteligentes. Definitivamente, después de haber leído tanto el “Tratado sobre ateología” de Onfray como “El alma del ateísmo” de Comte-Sponville, me quedo con este último por postular un “ateísmo tranquilo” argumentado y en consonancia con los mejores valores del Occidente cristiano. Y no quiere decir que me convenza su argumentación, sólo que, a diferencia de Onfray, Comte-Sponville se esfuerza por razonar su ateísmo. ¡Viva el misterio!

jueves, 6 de mayo de 2010

El matrimonio de homosexuales y los derechos humanos

Francisco Galán
UIA


Tuve el honor de hablar en nombre de las universidades firmantes en la ceremonia de creación del Mecanismo de Seguimiento y Evaluación del Programa de Derechos Humanos del Distrito Federal. Coincidimos varios en el compromiso del gobierno del DF al dar este paso, alguien señaló como ejemplo de dicho compromiso el tema del matrimonio de homosexuales.

Aquí en la UIA hemos discutido mucho el tema. Mi principal discrepancia con varios es que no logro ver por qué es éste un tema de derechos humanos. Si a una pareja de homosexuales se les impidiera la entrada a algún lugar, o se les expulsara de alguna organización por este hecho, por supuesto que estaríamos hablando de una violación a sus “derechos humanos”.

En el tema del matrimonio, como en otros temas morales y éticos, hay una gran discusión sobre el concepto de naturaleza humana. ¿Existe algo así como lo natural? O no más bien todo es histórico y cultural. En el tema de la fundamentación del derecho en general, y en particular de los derechos humanos, sabemos que existe, con fuertes críticas, el ius naturalismo que apela a esa naturaleza. Derechos humanos serían aquellos que tutelados o no por una legislación positiva, cualquier ser humano podría invocar, porque son algo implícito, propio de la naturaleza humana y de la dignidad de toda persona.

El matrimonio como lo conocemos parece más bien algo cultural histórico. El hecho de que para procrear fuera hasta hoy necesaria la relación sexual entre hombre y mujer, supondría que es natural que sea entre hombre y mujer. Pero es difícil alegar que la monogamia es algo “natural”. Si quisiéramos hacer tal defensa tendríamos que elaborar un concepto más complejo de la naturaleza humana, porque en ella hay algo específico, distinto de los otros seres naturales, y en ese sentido anti natural. Éste es también un gran problema filosófico de los discursos de los ecologistas.

Supongamos que el alegato es que ya no hay que mantener la familia tradicional como la conocemos y que queremos ir a una sociedad diferente más sofisticada, y que por tanto lo que queremos es cambiar la institución social “matrimonio”, ¿por qué entonces decimos que es un problema de derechos humanos”? Hay aquí un dislate entre una sociedad que quiere librarse de criterios normativos tradicionales y que sin embargo apela a ellos.