Javier Prado Galán
UIA
Michel Onfray está escribiendo una “Contrahistoria de la filosofía” donde pretende combatir la filosofía oficial que se ha convertido, según él, en un remedo de Platón. Su proyecto es hedonista, utilitarista y ateo. Aunque a nivel social se presenta como un inconforme, revolucionario o bien un reformista radical.
Los autores superficiales pretenden vincular inteligencia y sensibilidad refugiándose cómodamente en uno de los dos polos. Un idealista dirá que la razón lo es todo, un empirista que los sentidos, etc. No estoy criticando a los idealistas de empuje como Kant ni a los empiristas de cuño como Locke. Sólo advierto que seguir la consigna de Horacio, Gassendi y Kant –“sapere aude”- implica enfrentar las aporías filosóficas. Xavier Zubiri ha intentado articular inteligencia y sensibilidad desde su rico concepto “inteligencia sentiente”. Quizá a más de alguno no lo convenza el contenido de dicho concepto: la aprehensión primordial de “realidad”. “Realidad” entrecomillada porque alude al “de suyo” de la cosa. Y este “de suyo” es el que se suele recusar cuando se piensa que Zubiri no logró la articulación plausible. En fin, al menos lo intentó. No fue superficial. ¡Viva la profundidad!
Los autores superficiales se refugian en el utilitarismo como solución a todos los problemas económicos. El principio capital utilitarista -“la máxima felicidad para el mayor número”- guía sus pasos. No se preocupan por medidas más complejas que atiendan a las minorías y que precisen qué se entiende por felicidad. Y no me refiero a los históricos: Stuart Mill, Bentham y Sidgwick. El utilitarismo es una gran doctrina siempre y cuando no se vuelva receta. Hay que “complejizar” el utilitarismo. Por eso filósofos liberales e igualitaristas como Rawls, Dworkin, etc., han intentado superar la solución utilitarista buscando que el liberalismo dé de sí con el ingrediente igualitarista salvando la base contractual con una “posición original” o con una “subasta”. ¡Viva la complejidad!
Los autores superficiales adoptan la llamada “fe del carbonero”, se vuelven creyentes “a pie juntillas” olvidándose de San Pedro y su llamado a “dar razón de nuestra esperanza”. Se tornan fideístas. O bien se refugian en un ateísmo barato que no da cuenta de los argumentos que son los que suelen convertir al agnosticismo a las personas inteligentes. Definitivamente, después de haber leído tanto el “Tratado sobre ateología” de Onfray como “El alma del ateísmo” de Comte-Sponville, me quedo con este último por postular un “ateísmo tranquilo” argumentado y en consonancia con los mejores valores del Occidente cristiano. Y no quiere decir que me convenza su argumentación, sólo que, a diferencia de Onfray, Comte-Sponville se esfuerza por razonar su ateísmo. ¡Viva el misterio!
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