miércoles, 23 de febrero de 2011

El Cairo: la ira y los tulipanes

Ilán Semo
UIA

"Si Mubarak no deja a Egipto, Egipto habrá de dejar a Mubarak". Con este epitafio, que circuló en las calles del Cairo desde que la policía secreta del régimen decidió emprender infructuosamente la toma violenta de la Plaza Tahrir, la revuelta que comenzó el 6 de enero a raíz del aumento del precio de los alimentos signó el divorcio entre un Estado, que se había anquilosado después de 30 años de inmovilidad política, y una sociedad protocivil, que aún no ha definido el derrotero de su configuración final.

Lo que llama la atención en la revolución que derrocó apenas a un dictador (y todavía no a una dictadura militar), que hasta sus últimas palabras jugó el rol de un padre intolerante que hacía de su intransigencia una pedagogía anacrónicamente benefactora, no es tanto la intensidad de su fuerza de convocatoria, sino su capacidad para desbancar todos los intentos de trasladar a esa figura de autoridad al movimiento mismo.

Hasta ahora, las revueltas sociales del mundo árabe habían imitado la herencia de una sociedad fincada en la sombra de las figuras carismáticas. Pero en el Cairo todos se asombran, incluso los mismos egipcios, de que ni los Hermanos Musulmanes, ni los Comités de Alerta, ni los partidos tradicionales lograron convertirse en los líderes de la primera ruptura pacífica del siglo XXI. Y acaso ese sea el sentido de esta nueva dirección: no la revolución, sino algo más extenso e indefinible: la ruptura.

Acaso la revuelta egipcia mostró el nuevo rostro de las potencialidades no de la multitud civil en general, sino de la multitud virtual: una revuelta no sólo contra las formas modernas y ya tradicionales del poder, sino contra las formas tradicionales de fraguar la fisonomía de los poderes emergentes. Falta todavía el paso mayor: después de derrocar al dictador, derrocar a la dictadura. Pero lo que es obvio es que la "conciencia" quedó diseminada en Facebook y la ira del Reis en las redes anónimas que impusieron la disolvencia de sus rostros. En la calle ganaron, por lo pronto, los tulipanes. Los militares tendrán la última (¿y ominosa?) palabra.

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