Javier Prado Galán
Académico UIA
Seguramente nuestro lector habrá tenido oportunidad de leer y meditar la evangélica Parábola de los Talentos.
En dicho relato, un amo, antes de salir de viaje, confía un dinero a sus tres sirvientes. Da cinco talentos al primero, dos al segundo y uno solo al último. A su regreso, los dos primeros le devuelven respectivamente diez y cuatro talentos pero el último devuelve sólo uno. Este último lo entierra por miedo al amo. El amo felicita a los dos primeros y al último lo reconviene y lo castiga.
Coincido con Luc Ferry, esta parábola es revolucionaria. Son importantes los dones con los hemos sido dotados, pero es más importante lo que hacemos con ellos, el trabajo y la libertad que ponemos para hacer que den frutos. Hay en la parábola una sobrevaloración del trabajo. Lo esencial ahora no es lo que se recibe al principio, sino lo que se hace con ello.
La cultura prevalece sobre la naturaleza. Esto es lo moderno: trabajo y no sólo talento. Luc Ferry, exagerando un tanto, asegura que “la valoración del trabajo se introdujo en el mundo moderno a partir de la parábola de los talentos”. Pasamos así de la aristocracia a la meritocracia.
El mundo contemporáneo, por efecto de la subcultura mediática, ha introyectado en nosotros las ganas de triunfar. Nadie quiere ser un perdedor. Excelentes cintas han ilustrado esta situación. Ahorita recuerdo una que me pareció bien lograda: “Little Miss Sunshine”.
Es verdad que algunos, los llamados “tres del eneagrama”, se sienten por naturaleza llamados al éxito. Pero en realidad todos estamos inmersos en este mar de ambición. Podríamos decir que la parábola de los talentos nos dice que el éxito depende del trabajo, en primer lugar, y en segundo término del talento.
Sin embargo, aparece en escena un tercer factor, la suerte. Ortega y Gasset dijo ya hace rato: “yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. La primera parte de la frase hace referencia a las oportunidades que la vida nos brinda y que no hay que dejar pasar. La segunda, al trabajo de aprovechar la circunstancia para triunfar. Podríamos decir que un porcentaje en el camino al éxito depende de la suerte.
La vacante que quedó me proporciona la ocasión de ocupar ese puesto, la amistad de mi niñez me facilita las cosas para convertirme en un “trepa”, etc.
Empero, no deja de pesar y qué bueno, otra frase evangélica desde la que hay que releer todo esto: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma”. Con estas palabras San Ignacio de Loyola convenció a San Francisco Xavier de sumarse a la Compañía de Jesús. La gloria de este mundo es fugaz. Es importante no olvidar que el éxito de poco sirve a la hora de rendir cuentas.
El éxito resulta ser un medio relativo al fin de servir a los hermanos, a final de cuentas la parábola de los talentos inicia con aquello de “el Reino de los Cielos se parece a…” Trabajo y Reino de Dios quedan concatenados de modo que el Reino viene y a la vez se construye.
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