Carlos Gómez.
Psicoanalista y académico de la Universidad Iberoamericana.
Hace más de 20 años los aliens quedaron varados justo encima de la ciudad de Johannesburgo, ante la extrañeza y la impaciencia de los humanos su nave espacial fue abierta como una lata de sardinas. Moribundos y menesterosos en lugar de potentes y con cuerpo reluciente, los extraterrestres pronto son segregados y confinados a una zona de detención mientras se piensa qué hacer con ellos. El gobierno y la burocracia dicen, pero el peso de la inercia y la incapacidad de reconocer lo extraordinario imposibilitan ver que la visita es permanente.
Sector 9 es el filme del director sudafricano de Neil Blomkamp que muestra la mirada ciega de los humanos hacia los aliens (palabra que en inglés designa tanto a extraterrestres como a extranjeros). El recurso de la ciencia ficción abre la posibilidad de tomar distancia y mirar cómo Mikus van de Merwe, empleado de la transnacional MNU comanda un operativo humanitario para trasladar a “los langostinos” a una zona alejada de la ciudad por cuestiones humanitarias.
El protagonista no duda en utilizar el recurso legal y la supervisión de los derechos humanos. A los indeseables es mejor tenerlos lejos, más aún si son borrachos, huelen mal, se involucran en redes de tráfico de armas, se reproducen como conejos, viven de la pepena de basura, comen cabezas de cerdo o comida para gatos y además si llegan a poseer una computadora es porque seguramente la han robado: sospechosos de ser sospechosos.
La mezcla del poder absoluto de la empresa transnacional mezclado con el humanismo y la buena intención así como los paisajes híbridos entre edificios tecnológicos y casas de cartón habitadas por extraterrestres llegan a colapsar la distancia generada por la ciencia ficción y confundir a veces la película con algunas panorámicas de la Ciudad de México.
Sector 9 así como Niños del hombre (dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón) son muestra de la ciencia ficción de nuestro tiempo: tonalidades grises, decadencia de ciudades llenas de basura, transnacionales, corrupción así como la proliferación de una seguridad privada que deviene casi omnipresente gracias a la tecnología. Cuarón afirma en una entrevista a propósito de Children of Men: “En muchos relatos del futuro siempre aparece algo así como el Big Brother, pero creo que ésa es una visión de la tiranía del siglo XX. La tiranía actual se presenta con nuevos disfraces (…) la tiranía del siglo XXI se llama ‘democracia’”.
Los gobernantes del mundo actual no son tercos burócratas grises, totalitarios y uniformados, sino administradores de empresas democráticos, ilustrados, cultos, sensibles, tolerantes y cada uno con su propio life style. En Niños del hombre el protagonista de la película visita a un viejo amigo que ha llegado a ser un ministro de alto rango y que vive en algo así como en un loft de una pareja recién casada de clase alta que no quiere tener hijos (recordemos el lugar central de la infertilidad en el filme). La diferencia es que en el loft de la película el David de Miguel Ángel habita el vestíbulo en lugar de una escultura de Siqueiros y además no está en la Condesa o algún bunker de Interlomas.
La película no está más en cartelera. No se habló mucho de ella. Quizá el director sudafricano acercó demasiado al espectador al odio, el goce y la risa. Odiamos a “los langostinos” porque orinan en la calle, gozamos del maltrato que se merecían y nos reímos cuando el personaje principal asesina a dos niños desconectándolos para posteriormente matar a sus hermanos lanzándoles fuego. Al final tomamos el lugar del personaje principal: angustiados por una transformación a medias de lo que más odiamos (pero que a la vez nos salva), alzamos la vista para mirar con ojo de lince a los demás.
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