Por Javier Prado Galán, vicerrector Académico de la Universidad Iberoamericana
Si tuviéramos que caracterizar la perversión habríamos de señalar como probables rasgos la crueldad excesiva, el “placer extraordinario” y la maldad sofisticada. La RAE distingue dos significados: maldad en grado sumo y acción que corrompe el orden y las costumbres.
Quizá en el pasado pesó demasiado esta última acepción, por ello fueron considerados como perversas acciones que atentaban contra un determinado orden establecido –por ejemplo la acción homosexual- pero que hoy ya no son vistas de ese modo.
Casi siempre se vincula el término “perversión” al ámbito de la sexualidad, pero no necesariamente la acción perversa tiene un cariz sexual.
La sociedad actual intenta suprimir de toda coloración moral a la perversión de nuestro tiempo. Los perversos en todo caso son enfermos, productos de alguna deficiencia cerebral o de genes malditos que impiden el desarrollo “normal” de la persona. Es verdad que el siglo XIX se equivocó al señalar como tipos de lo perverso al niño masturbador, a la mujer histérica y al homosexual (cfr. Élizabeth Roudinesco). El tiempo desmintió esta convicción.
Nuestra sociedad lentamente ha llegado a ver con “normalidad”, y gracias al psicoanálisis, a la ciencia, al progreso moral, tanto al niño masturbador, como a la mujer histérica y al homosexual. En algunos sectores religiosos, no sólo en sectores de la Iglesia Católica, se sigue considerando la masturbación y la homosexualidad como pecados “contra natura”. Pero la modernidad ha dejado de ver “culpa” en estas conductas.
Quizá el análisis de la perversión nazi nos aclare más el tema. Arendt supo ver en Eichmann lo que ella denominó “la banalidad del mal”. Este genocida, y no sólo éste, veía con naturalidad lo que había hecho, no se sentía culpable o, lo que es peor, no sabía que era culpable. La perversión se manifiesta aquí de un modo excepcional. Los genocidas nazis y no sólo ellos –también los turcos, los soviéticos, los hutus, los serbios, etc.- experimentaban un “placer extraordinario” a la hora de masacrar a las masas y justificaban cínicamente su comportamiento.
La psiquiatría contemporánea ha pretendido borrar el término “perversión” para designar con el término “parafilia” o “desviación sexual” todo aquello que antaño designaba la palabra “perversión”. Ni la zoofilia ni el fetichismo serían así formas de la perversión, como si la perversión tuviera que ver sólo con el daño público al otro. Quedarían así como únicas formas de la perversión la violación, el proxenetismo, etcétera, es decir, todo aquello que ultraje al otro.
Hoy se considera tanto a la pederastia como al terrorismo como formas perversas “par excellence” y los intentos de ocultar el mundo de la perversión fracasan.
La pederastia daña la inocencia del niño y el mundo “civilizado” se jacta de proteger al adulto por venir. Es un error intentar suprimir del vocabulario la palabra “perversión”. La tirana realidad así lo reprueba.
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