miércoles, 30 de septiembre de 2009

La crisis en tres tiempos



Por Ilán Semo
Maestro en Historia
Universidad Iberoamericana


EU-México: la coodependencia. Se dice, en la retórica oficial, que la crisis por la que atraviesa el país tiene su origen en el colapso mundial de 2008. Es una afirmación vaga aunque no exenta de razón. Las exportaciones mexicanas de petróleo y otros productos de la industria de la transformación (en particular los del ramo automotriz) descendieron abruptamente en los últimos seis meses; las remesas que enviaban tradicionalmente los trabajadores desde Estados Unidos se redujeron a la mitad; las inversiones extranjeras también han escaseado. Todo ello ha redundado en un aumento de las cifras del desempleo como no se habían conocido hasta la fecha. Lo que no se dice, en la retórica oficial, es que la política que se practicó desde 1994 por las tres administraciones que se han sucedido desde aquel entonces dejó con poca protección a la economía nacional. En rigor esa “política” podría resumirse en una expectativa que se reducía a un simple horizonte de espera (es decir, un horizonte exento de esperanza): si a Estados Unidos le iba bien, a México le iría igual. Es evidente que alguien omitió u olvidó calcular que la economía estadounidense podía también derrumbarse. Pedir a Washington que imaginara sus propios riesgos sería mucho. Pero los saldos son el mutismo. En la coodependencia se aprecia al subalterno cuando no pide más que lo que le dan, pero se le detesta cuando se descubre que es lo único que sabe hacer.

Entradas y salidas del shock. Lo increíble es que la respuesta ante las dificultades actuales parece acaso movida por la misma ilusión/desilusión. Algo así como: (Sólo) en la medida en que EU se recupere, se recuperará también el país. Es la única manera de explicar la indiferencia oficial. Sin embargo, esta segunda ecuación ya no es tan sencilla. Si es evidente que Obama está comprometido con la tarea de recuperar su mercado nacional, no hay ningún indicio de que Felipe Calderón pretenda algo similar. En estas condiciones, la recuperación estadounidense podría ir incluso en detrimento de la economía mexicana. En 1929, la crisis afectó menos a México porque la sociedad se replegó al mundo de la tradición. Las circunstancias son hoy, en efecto, distintas. Pero el repliegue actual ha sido tan sólo a la espera. Y el que espera a veces desespera.

¿De la transición a la ruptura? ¿Cuál es el último piso de la capacidad de espera de la sociedad frente a los tiempos que corren? Imposible saberlo. Pero el hecho de que hoy se haga la pregunta, en calidad de augurios sobre un probable “estallido social”, cambia el grado mismo de su percepción. Tal vez nos hallamos frente a un proceso que renunció ya a hipotecar sus saldos en las expectativas de una transición para pensar en las vías hacia una ruptura.

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