jueves, 5 de noviembre de 2009

El lápiz de Juan Rulfo


Gilberto Prado Galán

UIA

En su texto “Verdad y mentira en la creación literaria”, donde compara los tres soportes o puntales de la sintaxis (sujeto, verbo y complemento) con los ejes de la imaginación narrativa (creación del personaje, descripción de su ambiente y puesta en marcha de su voz), Juan Rulfo confiesa que él escribe a mano y con lápiz: “Ahora, yo sí le tengo temor a la hoja en blanco, y sobre todo al lápiz, porque yo escribo a mano”.
¿Podemos imaginar Pedro Páramo escrito con pluma o en computadora? El lápiz, que se usa por los dos extremos o cabos para borrar y corregir, es un aliado silencioso de la creación literaria: no genera ningún ruido, se desliza puntual, leve, parsimonioso y traza el perfil de Juan Preciado, las voces de los muertos subterráneos y el corrosivo ambiente de Comala.
Otros escritores prefieren la máquina de escribir: pienso en la compulsión digital de Carlos Fuentes o en el ordenador de Fernando del Paso. Mas es inimaginable Juan Rulfo sin su lápiz, sin su fusil de grafito. La seca labor de poda y el esmerado pulimento que cada página de Pedro Páramo exigió a su autor, serían imposibles sin la complicidad urdida con el lápiz: borrar un adjetivo, afilar una voz, desplumar unas nubes, desvanecer la carne hasta acerar los huesos.

Entre los escritores más rigurosos de América Latina, junto a obsesivos autores como el uruguayo Felisberto Hernández o el colombiano José Eustasio Rivera, destaca el recorte exacto de cada línea llevado a cabo, con el tembloroso pulso de los sucesivos lápices que consumieron borradores (en los dos sentidos que la palabra convoca), por el mexicano Juan Rulfo.
Es posible habilitar la ecuación: Juan Rulfo más la paciencia de su lápiz es igual a Pedro Páramo.

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