jueves, 4 de marzo de 2010

Una inquietante llamada telefónica

Alfonso Mendiola
alfonso.mendiola@uia.mx
Profesor de Historia, UIA

Comenzaba a escribir la palabra comenzar sobre el papel cuando el teléfono sonó. En ese momento creí que podía dejar sonar el teléfono sin contestarlo. En cierto modo fue así, pero solamente en cierto modo; pues al poco tiempo empezó a sonar mi teléfono celular. Mi esfuerzo se concentraba en seguir escribiendo, pues suponía que esa llamada que venía de fuera no tendría ninguna importancia. Después, en verdad unos pocos minutos después, me di cuenta de que estaba muy equivocado. Sonaron de manera alternada mi celular y mi teléfono de casa. A los pocos minutos estaba contestando.

El que llamaba era un amigo que vive en una zona de la ciudad de México llamada Chalco. Su voz era entre cortada y temblorosa. Me decía que su casa y su colonia se habían inundado. Además me repetía que no era la primera vez. Al contrario, me decía que cada año era lo mismo. Yo diría que más que irritado estaba cansado. Casi año con año perdía todo los muebles que tenía. Pero eso no era lo importante me hacía ver. Lo más importante era que las autoridades del lugar siempre les decían que eso no volvería a pasar, pues ellos tomarían cartas en el asunto. Realmente a lo que se refería mi amigo con su malestar era a lo siguiente: por qué ofrecen algo que nunca lo van a hacer.

Él me decía que siempre había soñado con un mundo en que el decir fuera hacer. Yo le preguntaba cómo sería eso posible, y él me decía que muy fácil. Bastaría con instituir una ley en la que ofrecer algo de palabra fuera un compromiso de honor para la persona que lo ofrecía. Cuando terminó la llamada telefónica ya no pude seguir escribiendo, pues en mi cabeza daban vueltas las dos palabras: ofrecer algo de palabra y el honor de la persona que lo ofrece. En ese momento me daba cuenta de lo que significa que la palabra estuviera articulada con el honor, hablaríamos menos.

Una sociedad democrática debería estar sustentada en una revisión permanente del decir y el hacer, o mejor dicho, de la realización de lo que se dice. ¿Cómo poder evaluar a nuestros gobernantes? Creo que sólo si hiciéramos lo que mi amigo me decía. En fin yo tenía que terminar de escribir mi ensayo, pues lo tenía que enviar ese mismo día. Mi problema después de la llamada era que sólo me venía a la mente lo que había escuchado en esa llamada. De alguna manera lo que comprendí era la irritación tan grande que provocaban las palabras usadas de manera vana. ¿Cuántas veces más se tenía que inundar Chalco para que las cosas cambiaran? No lo sabía. Pero la rabia allí se encontraba.

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