jueves, 10 de junio de 2010

La tentación de la ventana

Gilberto Prado Galán
UIA


Si bogamos el vastísimo mar de la historia de la filosofía encontraremos escasos ejemplos de pensadores suicidas: Augusto Comte se arrojó, sin conseguir su propósito mortal, a las aguas del río Sena. Angel Ganivet, más novelista que filósofo, el adelantado de la generación del 98, murió en las aguas del Duina. En cambio, la lista de los poetas suicidas es enorme, y las formas que eligen para suspender la cadena de milagros que es la vida, según vio Manuel Bandeira, son múltiples: la defenestración, el disparo, la soga o el iracundo mar: disímbolas maneras de decirle adiós al mundo.

Ignoramos si, por razones de índole práctica, un hombre como José Asunción Silva, que compuso un nocturno de versificación acentual perfecta, prefirió la bala en el corazón, en ese corazón localizado por el trazo tembloroso del médico que, según narra Raúl González Tuñón, atendió al poeta poco antes de las horas finales.

¿Por qué Alfonsina Storni eligió el mar para borrar sus lágrimas? Aquellas lágrimas caían, como en uno de sus más entrañables poemas, de los ojos a la boca con voluntad de siglos. Storni había cantado al mar: “Oh mar, dame tu cólera tremenda/ yo me pasé la vida perdonando,/ porque entendía, mar, yo me fui dando:/ piedad, piedad para el que más ofenda”.

Durante la víspera de su última actividad el futuro suicida toma dos decisiones fundamentales: la elección de la muerte y, casi simultánea a ésta, la elección de la forma de morir: fondo es forma.

Es cierto: no todos los suicidas preparan el escenario, las circunstancias de su despedida. Nunca sabremos si, abatido por una depresión que le calaba en los huesos, José Agustín Goytisolo decidió arrojarse por una ventana a la región de nadie, o si sus pies se trabaron a la hora de revisar aquella boca de la muerte. El cuerpo de Goytisolo había volado, desde un tercer piso, en el agonizante invierno de 1999. Se trataba, como él había escrito, del final del adiós.

El autor de Palabras para Julia había cedido a la tentación de la ventana: “Tú no puedes volver atrás/ porque la vida ya te empuja/ como un aullido interminable”.

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