jueves, 17 de junio de 2010

Taurinos y anti taurinos

Francisco Galán
Catedrático de la UIA


Como les expliqué a dos personas con quienes debatí sobre el tema: No soy aficionado a la fiesta de toros, pero me gustaría serlo. Las pocas ocasiones que he ido he disfrutado mucho: El sol, el colorido, la música, el paseíllo, la imponente figura del toro, el coro del ole que rompe el silencio con una uniformidad cuasi ensayada. Los que somos villamelones nos preguntamos ¿cómo lo hacen? ¿Cómo saben cuando corearlo? La última vez que fui vi a José Tomás en la México. Mi hijo quería conocer, y fuimos con otro amigo de él quien se aburrió, no así nosotros que nos emocionamos mucho, sobre todo con lo cerca que le pasaba el toro a José Tomás.

Mucho del encanto de la fiesta es lo que Gumbrecht llama efectos de presencia. En este mundo de la época de la imagen en el que todo se vuelve sentido, presencia sólo celularesca o twittera, el efecto de la corporalidad del toro y del torero resulta fantástico. Ni siquiera en alta definición los toros se parecen a la fiesta real. En otros espectáculos deportivos, el resultado-sentido puede ser más importante que la presencialidad, pero en los toros la crónica es un triste paliativo que en nada remedia el no estar ahí. Agustín Lara lo dijo como nadie: Silverio cuando toreas no cambio por un trono mi barrera de sol (Aunque en lo personal yo lo diría de poder estar en el Fenway viendo a Matsusaka lanzarle a Alex Rodríguez).

De una de las polemistas aprecio su sensibilidad por el dolor del toro que la lleva a sentir la estocada en su piel, lo considero un exceso generoso de su apertura de corazón. Diferente es lo que pasa con algunos grupos que han ido demasiado lejos y han caído en el fanatismo irracional. El otro debate comenzó con una activista que, después de la grave cornada a José Tomás, promocionó una página del Facebook que se alegraba de ello. Leí azorado a otros que externaban su lamento porque no hubiera muerto al que llamaban porquería. Hace poco alguien más publicó la terrible foto del pitón a través de la garganta de Julio Aparicio con la leyenda “que viva el toro” y otro comentó: “no se le desea mal a nadie, pero ojalá que muera ese pu… torero.”

Afortunadamente la primera polemista mantiene la sensatez y no confunde su anhelo de dar muerte, a la que llama, atroz tradición, con desear la muerte de una persona. Cuánta razón tenía Chesterton: Cuando se deja de creer en Dios se cree en lo que sea.

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