jueves, 15 de abril de 2010

Y después de la modernidad, ¿qué?

Por Ilán Semo
UIA


Habría que empezar por definir la posibilidad de una pregunta que aparece como una simple deriva. Una pregunta sobre la forma que adquiere el “espíritu de la actualidad”, ahí donde cualquier forma parece socavar su propia estabilidad antes de poder llamarse una forma, donde la única forma concebible es la que ha empezado su proceso de disolución antes de dejar la traza en que se le puede distinguir como una estación discernible en el tiempo. Esa pregunta comienza por la más banal de las disyuntivas: ¿y ahora qué?

Partamos de un enunciado de grado cero: la modernidad es (o fue), entre todas sus proposiciones, la obsesión por el cambio: el cambio convertido en un móvil de si (y para sí) mismo. Cambiar significó esencialmente: innovar, renovar, agregar, profundizar, ampliar.., en fin: todas las alegorías pertinentes al culto a la novedad, a la inmanencia y la sorpresa de lo nuevo, al violento goce de lo nuevo destruyendo lo existente, lo dado, lo nuevo convirtiendo al espacio de su emergencia en una obsolescencia, en un espacio ya sin espacio, en una sombra, la estela a espaldas de la novedad. ¿Cómo entender entonces la no/novedad, la innovedad, del prefijo “posmodernidad”? (Porque si algo anuncia la “posmodernidad”, en tanto que concepto, es decir, como signo de arrastre, es que la última nueva de la modernidad reside en que ya no contiene novedad alguna.)

En primer lugar: como una última nueva para el tejido de la modernidad; tal vez, la menos esperada que podría habérsele anunciado, pues en la medida en que la única novedad posible consiste en que ya no hay novedad alguna, el mecanismo de rehabilitación de la promesa de la modernidad podría ingresar en un fade out, en un dym, en un lento atardecer que se apaga o se pierde simplemente.

En segundo lugar: el hallazgo de que el relevo (die Aufhebung) a las aporías de la modernidad se encuentran (y encontraban) en su seno mismo, y no en ningún perímetro exterior.

En tercer, lugar: el primado de la obsolescencia producido por el iterante retorno de la novedad, que ahora se impone ya no sobre las partes, cuya caída aseguraba la restitución permanente del “flujo” de la modernidad, sino sobre el axioma que permitía codificarla como una cascada, que siempre encontraba un declive por el cual podía volver a emerger como una movilización de sí misma.

Le pregunta entonces sería: y después de la modernidad, ¿qué?

No hay comentarios:

Publicar un comentario